A Fedra de José Cárdenas Peña
Hola a tod@s!
Gracias por sus mensajes y sus llamadas del día de hoy con motivo del programa en vivo de "Encuentro Educativo" con la temática de "Día de muertos, tradición que vive"
Para los quienes no tienen este canal, pueden ver el programa en vivo los jueves a las 18:30 en nuestra página de internet www.tvindependencia.com
Bien, ante su petición de compartir el poema "Fedra" del poeta de San Diego de la Unión, José Cárdenas Peña, se los dejo en este espacio...
POEMA A FEDRA
Déjame al fin llorar inacabable
José Cárdenas Peña (San Diego de la Unión, Guanajuato, 17 de marzo de 1918 y murió en San Diego de la Unión, Guanajuato el 10 de septiembre de 1963)
Alrededor de los 20 años se trasladó a la ciudad de México: corrían los tiempos en que Octavio G. Barreda animaba con generosidad y sentido crítico nuestra literatura todavía pueblerina.
En una de sus revistas, Letras de México recogió los primeros poemas de Cárdenas Peña. En ellos, el futuro poeta registra sus vivencias casi recién nacidas. Son poemas de asombro y, también, de tristeza: quizá la única amiga a la que siguió queriendo toda la vida. A las de carne y hueso las borró muy temprano de su mapa afectivo.
En la capital, José conoció a los que serían sus amigos de toda la vida: Alí Chumacero y José Luis Martínez. (Si estos dos escritores y Cárdenas Peña nacieron el mismo año, la relación entre ellos y él fue siempre la de maestros frente a discípulo.) Su incultura provinciana halló en la sabiduría de sus amigos adecuado contrapeso.
Los dos primeros libros: Sueño de sombras (1940) y Llanto subterráneo (1945) dan a conocer los motivos a los que José volvería, con mayor hondura y pericia, a lo largo de su vida como poeta. Ellos son: el amor (como tentativa más que como acto consumado), la muerte (que se palpa en sus poemas como algo inminente), la soledad, el dolor (físico y metafísico) y el desamparo. En un soneto a la Virgen María resume la temática de sus poemas:
No hay soledad más grande que esta fría/ juventud de mi vida en el cielo muerto;/ señora del Amor, por tu concierto,/ dame un solo minuto de alegría.
Poeta joven "de porvenir", tocó la puerta de la diplomacia y ésta lo hizo suyo, dándole un lugar entre sus soldados rasos. Representó a México en Sudamérica y Europa. Conoció Buenos Aires como embajador de México, París como representante ante la UNESCO, Roma y Lisboa. En el Río de la Plata apareció su tercer libro, La ciudad de los pájaros (1947). A París, Lisboa e Italia como país debe varios de sus mejores poemas.
En Conversación amorosa (1950); en Retama del olvido (1954), dedicada "a la memoria de Giacomo Leopardi", y en Los contados días (1964), se encuentran sus poemas más personales y significativos.
Cárdenas Peña huyó tanto de ciertas "novedades" que acaban en el cuarto de los objetos inservibles como de los elogios gratuitos que nacen y mueren en la reducida esfera que los produjo, la capilla literaria. Poeta solitario y más o menos tradicional, hizo de sus poemas un riguroso método de conocimiento. Se sirvió de la poesía para conocerse a sí mismo, para entender el mundo del más allá, mundo en el que, como católico practicante, creyó desde niño. (Al mundo del más acá, que fue tan poco generoso con él, prefirió guardarlo bajo siete llaves en el ropero de su casa infantil, la única casa que conoció en sus 55 años de vida.) Como escritos en el agua, sus poemas son transparentes. A la adversidad opone el amor de la vida. Algunos de ellos quizá permanezcan en la historia de nuestra poesía.
Gracias por sus mensajes y sus llamadas del día de hoy con motivo del programa en vivo de "Encuentro Educativo" con la temática de "Día de muertos, tradición que vive"
Para los quienes no tienen este canal, pueden ver el programa en vivo los jueves a las 18:30 en nuestra página de internet www.tvindependencia.com
Bien, ante su petición de compartir el poema "Fedra" del poeta de San Diego de la Unión, José Cárdenas Peña, se los dejo en este espacio...
POEMA A FEDRA
(FRAGMENTO)
Por esa ausencia de ojeroso
lirio
macerado en la angustia del
recuerdo ;
por ese adiós , amada , que
me diste ,
no pienses que estoy vivo ,
sino muerto.
Déjame al fin llorar inacabable
el tulipán hermoso de tu
cuerpo,
o en trágico abandono
sepultarme
bajo el ciprés más sólo en
el silencio.
No pienses que una vez, tan
sólo un día,
por lograr el imperio de tu cielo
fui huésped de la pena y el
laurel
en sonora delicia de tu
beso.
Y quise ser el ángel del
espacio
posado en la ternura de tu
seno,
o al borde de tus muslos
sin orillas
perderme en el abismo de tu
fuego.
Ahora que estoy solo,
piensa acaso
que soy nada en el mundo y
el cariño,
sólo música triste de
gaviota
sobre un mar coronado de
suspiros ;
porque la risa la escondió
la noche
en un sollozo de inmutable
grito,
y hasta la voz de la
palabra amante
clama desierta en su
amoroso silbo.
Puedes pensar si quieres
que estoy lejos
contemplando más triste las
estrellas,
los peces de colores que
bifurcan
los rumores del mar sobre
la arena ;
y en soliloquio amargo y
desolado
miro tu sombra entre la
bruma incierta
y renuevo tu rostro en cada
imagen
de cada puerto que mis ojos
dejan .
Y así pretende en vano la
esperanza
entre morados himnos y
escolleras
rehacer la dicha, el canto interminable
,
sobre las ruinas que dejó
tu ausencia.
Y el llanto se contiene en
el pañuelo
como rosa de sangre
descubierta
y las manos desciñen las
auroras
en constante lamento de tu
espera.
Mas si no eres la amante
contemplada
de aquella hora y
complacido encuentro ;
si no vuelve tu amor a
memorarme ,
no pienses que estoy vivo ,
sino muerto .
Que me perdí en el encanto
de la noche
y quedé sepultado mar
adentro ,
cercado por el hueco de una
concha
o en un astro marinero
prisionero .
Ni una lágrima alienta la
ceniza
en la dolida carne del
recuerdo ,
ni preguntan la tierra de
mi nombre
bajo el muro del agua y del
espejo ;
que descanso en mundo del
olvido
sin que nadie vigile de mi
cuerpo . . .
Sólo la Cruz de Amor abre
sus brazos ,
alerta enamorada de mi
sueño .
JOSÉ CARDENAS PEÑA
Alrededor de los 20 años se trasladó a la ciudad de México: corrían los tiempos en que Octavio G. Barreda animaba con generosidad y sentido crítico nuestra literatura todavía pueblerina.
En una de sus revistas, Letras de México recogió los primeros poemas de Cárdenas Peña. En ellos, el futuro poeta registra sus vivencias casi recién nacidas. Son poemas de asombro y, también, de tristeza: quizá la única amiga a la que siguió queriendo toda la vida. A las de carne y hueso las borró muy temprano de su mapa afectivo.
En la capital, José conoció a los que serían sus amigos de toda la vida: Alí Chumacero y José Luis Martínez. (Si estos dos escritores y Cárdenas Peña nacieron el mismo año, la relación entre ellos y él fue siempre la de maestros frente a discípulo.) Su incultura provinciana halló en la sabiduría de sus amigos adecuado contrapeso.
Los dos primeros libros: Sueño de sombras (1940) y Llanto subterráneo (1945) dan a conocer los motivos a los que José volvería, con mayor hondura y pericia, a lo largo de su vida como poeta. Ellos son: el amor (como tentativa más que como acto consumado), la muerte (que se palpa en sus poemas como algo inminente), la soledad, el dolor (físico y metafísico) y el desamparo. En un soneto a la Virgen María resume la temática de sus poemas:
No hay soledad más grande que esta fría/ juventud de mi vida en el cielo muerto;/ señora del Amor, por tu concierto,/ dame un solo minuto de alegría.
Poeta joven "de porvenir", tocó la puerta de la diplomacia y ésta lo hizo suyo, dándole un lugar entre sus soldados rasos. Representó a México en Sudamérica y Europa. Conoció Buenos Aires como embajador de México, París como representante ante la UNESCO, Roma y Lisboa. En el Río de la Plata apareció su tercer libro, La ciudad de los pájaros (1947). A París, Lisboa e Italia como país debe varios de sus mejores poemas.
En Conversación amorosa (1950); en Retama del olvido (1954), dedicada "a la memoria de Giacomo Leopardi", y en Los contados días (1964), se encuentran sus poemas más personales y significativos.
Cárdenas Peña huyó tanto de ciertas "novedades" que acaban en el cuarto de los objetos inservibles como de los elogios gratuitos que nacen y mueren en la reducida esfera que los produjo, la capilla literaria. Poeta solitario y más o menos tradicional, hizo de sus poemas un riguroso método de conocimiento. Se sirvió de la poesía para conocerse a sí mismo, para entender el mundo del más allá, mundo en el que, como católico practicante, creyó desde niño. (Al mundo del más acá, que fue tan poco generoso con él, prefirió guardarlo bajo siete llaves en el ropero de su casa infantil, la única casa que conoció en sus 55 años de vida.) Como escritos en el agua, sus poemas son transparentes. A la adversidad opone el amor de la vida. Algunos de ellos quizá permanezcan en la historia de nuestra poesía.
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